Qué hora es en México

lunes, 14 de enero de 2008

La divulgación científica y los hijos de la tercera cultura

Por Jorge Suárez Medellín.


La idea de que las ciencias y las humanidades son dos ramas del saber incompatibles y mutuamente excluyentes entre sí, está tan arraigada en la cultura occidental, que pareciera haber existido desde siempre. Bástenos recordar que ya desde el siglo XVII, el jesuita italiano Sforza Pallavicino establecía una distinción entre ambas, alegando que era posible predecir el comportamiento de la naturaleza por que las leyes naturales eran pocas, sencillas e inviolables, y en cambio, intentar predecir el comportamiento de reyes y príncipes (y cabe suponer que también del resto del género humano) no sólo era imposible sino herético.

Ya más cerca de nosotros, para ser más exactos, durante la década de los cincuentas del siglo pasado, esta supuesta pugna entre el estudio de la naturaleza y el de la humanidad tomó su forma definitiva, por lo menos hasta el momento. Todo comenzó cuando el químico y escritor británico Charles P. Snow dictó una conferencia llamada “Las dos culturas”, cuyo título se volvería famoso, debido a las discusiones que no tardó en suscitar. Este mismo texto, que fue publicado y enriquecido en 1963 por el propio Snow, continúa siendo una referencia obligada para comprender aquello que ha sido bautizado en su honor “el problema de las dos culturas” y que a continuación intentaré exponer.

Según Snow - quien debía saberlo, al ser científico y novelista al mismo tiempo – existe una especie de abismo cultural entre aquellos que se dedican al estudio de las ciencias (entendiéndose sobre todo las ciencias naturales[1]) y quienes se dedican a las humanidades, en particular la literatura. Este supuesto abismo cultural, análogo al que existe entre los mexicanos y los japoneses – por poner un ejemplo tonto – evita cualquier tipo de comunicación entre ambos bandos. Dicho en otras palabras, ni los científicos entienden a los humanistas, ni los humanistas a los científicos[2].

Este fenómeno, si nos ponemos a pensar un poco en ello, es bastante comprensible. Debido al sorprendente desarrollo que han tenido ambos tipos de disciplina a lo largo del tiempo[3] resulta natural que poco a poco los dos campos hayan reunido tal cantidad de conocimientos altamente especializados, que resulte imposible para una sola persona dominarlos todos a la vez. Sin embargo, también hay que reconocer que la separación entre estas dos subculturas que conforman nuestra cultura, tiene como consecuencia el empobrecimiento de ambas en más de un sentido.

Voy a citar unas palabras del filósofo argentino Mario Bunge al respecto “Hace un siglo, quien ignoraba La Iliada era tildado de ignorante. Hoy lo es, con igual justicia, quien ignora los rudimentos de la física, de la biología, de la economía y de las ciencias formales. Con razón, por que estas disciplinas nos ayudan mejor que Homero a desenvolvernos en la vida moderna; y no sólo son más útiles, sino que también son intelectualmente más ricas”[4]. Honestamente, sospecho que es una exageración retórica de Bunge afirmar que la ciencia moderna es intelectualmente más rica que la poesía griega, sin embargo en lo que todos podemos estar de acuerdo es que cuando menos no es intelectualmente más pobre, lo cual ya es bastante. Y esto por no hablar de su admirable capacidad para transformar nuestras vidas.

Quizás, como lo planteó el poeta Gabriel Zaíd, el diagnóstico es parte de la enfermedad, y el problema no es que existan dos culturas, sino que hay dos inculturas, o mejor aún, muchas inculturas, tantas como especialistas ignorantes de todo cuanto se aleja de su reducido campo de estudios. Esta visión del asunto implicaría que no se trata de “humanizar a los científicos y técnicos (como si no fueran humanos) y tecnificar a los humanistas (como si en las humanidades no hubiera ciencia y técnica)”[5], sino de ensanchar efectivamente nuestra cultura (en el sentido lato de la frase “ser más o menos cultos”), de tal forma que quepan en ella tanto el neodarwinismo como el arte de vanguardia.[6]

Así pues, siendo la ciencia un producto de nuestra cultura, cabría esperar que todo el mundo comprendiera aunque fuera sus rudimentos, para poder ser considerado como alguien propiamente “culto”. Sin embargo, quienes siguen una profesión considerada como “humanista”, no vuelven a tener ningún acercamiento con las ciencias después de concluir el bachillerato. Lo cual ha posibilitado – además de un sin número de ignominias intelectuales – la existencia del graciosísimo affaire Sokal que a continuación quisiera referir.

En 1996, el físico Alan Sokal envió a la revista supuestamente indexada Social Text un artículo llamado “Transgressing the Boundaries: towards a transformative hermeneutics of quantum gravity”, en el cual decía en son de burla una serie de falacias sobre física teórica fácilmente identificables para cualquiera con nivel de bachillerato, pero utilizando un lenguaje oscuro y “posmoderno”, muy de moda entre cierto tipo de intelectual literario. Debido a las implicaciones (obviamente falsas) que dicho artículo pretendía tener en la filosofía y las ciencias sociales, los editores de la revista decidieron publicarlo, a lo cual Sokal respondió dando a conocer una carta donde reconocía públicamente la broma, para la total vergüenza de la revista, así como de buena parte de la comunidad humanística posmoderna. Como castigo por haber caído en la gamberrada de Sokal, el comité editorial de Social Text recibió el premio IgNobel de literatura de 1996, galardón destinado a premiar a lo “peor de la ciencia”. Habría que reconocer que la dichosa bromita no invalida de ninguna manera los alcances de los estudios culturales como una empresa importante en sí misma, aunque eso sí, deja bastante mal parados a los editores de Social Text.

Estos hechos parecerían reforzar la idea de que las ciencias y las humanidades no se mezclan, sin embargo la incomunicación no se da solamente entre miembros de los dos bandos antes mencionados, sino que aún aquellos que siguen carreras científicas, con el paso del tiempo pierden todo contacto con el resto de las ciencias que no están directamente relacionadas con su campo de estudio; los físicos rara vez entienden de taxonomía y los fisiólogos no suelen estar al tanto de los avances en matemáticas. Corríjanme si me equivoco, pero casi podría apostar a que lo mismo ocurre dentro de las humanidades entre los filósofos, los etnólogos y los literatos. Y hasta aquí sólo hemos hablado de quienes han tenido acceso a una educación universitaria, pero ¿qué pasa con las amas de casa, los albañiles, los empleados bancarios y en general todos los que no han tenido esta oportunidad, es decir - cuando menos en nuestro país - la mayor parte de la población? ¿Acaso todos ellos no forman parte de la cultura? [7]

Como podemos ver, el problema parece ser aún más complicado de cómo lo planteó el propio Snow en su conferencia de 1959. En primer lugar habría un grupo de científicos que se entenderían perfectamente con sus pares y sólo a medias con otro tipo de científicos, en segundo lugar un grupo de humanistas que se entenderían entre sí pero no con los científicos, y en tercer lugar un amplio sector de la población que de plano no entendería ni a unos ni a otros.

En su posdata de 1963 a las “dos culturas”, C. P. Snow predijo – quizás con demasiado optimismo – el surgimiento de una tercera cultura que, tomando elementos de ambas, vendría a servir como un puente entre ciencias y humanidades. Casi medio siglo después, su predicción comienza a tomar forma, aunque seguramente no como Snow se lo hubiera imaginado. Actualmente existe un grupo de pensadores que se autodenominan “hijos de la tercera cultura”, y que pretenden superar por obsoleta la famosa distinción cultural hecha por Snow.

De acuerdo con John Brockman – uno de los supuestos “tercercultos” – la tercera cultura puede definirse de la siguiente manera:

“La tercera cultura está compuesta por aquellos científicos y algunos otros pensadores del mundo empírico quienes, a través de la exposición escrita de su trabajo, están tomando el lugar de los intelectuales tradicionales en la tarea de mostrarnos los significados profundos de nuestras vidas, redefiniendo qué y quienes somos” [8]. Como parte de este grupo, Brockman señala a científicos tan importantes como el físico Murray Gell-Man, el filósofo Daniel C. Dennet, el matemático Roger Penrose, el experto en inteligencia artificial Marvin Minsky y los biólogos Richard Dawkins, Stephen Jay Gould y Lyn Margulis, entre muchos otros especialistas destacados.

Quisiera hacer especial hincapié en dos elementos importantes dentro de esta definición. En primer lugar, que la tercer cultura esta formada por “científicos” y “pensadores del mundo empírico”. Y en segundo lugar que gracias a “la exposición escrita de su trabajo”, están mostrándonos el “significado profundo de nuestras vidas” (por cierto que cabría hacer notar que pensadores como Voltaire, Rousseau, Buffon, Darwin, Freud o hasta el mismísimo Marx, hubieran podido ser descritos por esta definición, si nos atenemos a los cánones válidos en sus propias épocas). Aquí lo importante es que nos están mostrando a todos, no se están mostrando entre ellos. Precisamente, el acto de exponer conceptos científicos de manera que no sólo sean entendidos por la comunidad a la que pertenece el investigador tiene un nombre, y se llama ni más ni menos: divulgación científica.

Y aquí caemos en cuenta de un hecho que debió habernos parecido evidente desde un principio. Si estamos de acuerdo en que los conceptos producidos por la ciencia son dignos de ser conocidos, y el problema es que sólo los miembros de una pequeña cultura – o por mejor decir, subcultura – pueden entenderlos, entonces la única manera de romper la incomunicación entre las culturas es la divulgación, en este caso de la ciencia. Se entiende que si de veras estamos interesados en acortar esta brecha, forzosamente debe existir una divulgación de las humanidades, de una forma en que tanto los científicos como el público en general sean capaces de comprenderlas, aunque bueno, ese es problema de ellos, yo por lo pronto tengo bastante tratando de divulgar mi propio campo de estudio.

De modo que ¿cómo se puede acortar la distancia entre las culturas? Pues de muchas maneras, pero para empezar no asumiendo que todo el mundo pertenece a la misma cultura que nosotros. Si queremos hablar con un japonés sobre el menú de una boda de rancho – en el supuesto de que lográramos superar la barrera del idioma – primero tendríamos que explicarle que cosa es el mole. De la misma manera, si yo como biólogo quiero convencer a alguien de las ventajas de conocer el genoma humano, primero tendría que explicarle qué es la genética, y asegurarme de que cuando estoy hablando de las leyes de la herencia, él no las está entendiendo como sinónimo de testamento. No por que mi interlocutor sea tonto o inculto, sino por que no pertenece a la misma cultura, y francamente, está en su derecho.

Con todos los modernos descubrimientos que tienden a hacer mayor la profundidad de la brecha entre las dos culturas, el papel de los científicos deja de estar solamente en el campo y el laboratorio como generadores de conocimientos, pues además adquiere la responsabilidad de formar parte de la tercera cultura y ayudar a disminuir la distancia entre las ciencias, las humanidades y la vida cotidiana, por medio de la divulgación.[9]

Ahora bien, además de reconocer la brecha que existe entre las dos culturas, habría que tomar en cuenta que, aunque suene tautológico, la distancia que separa a las ciencias de las humanidades es exactamente la misma que separa a las humanidades de la ciencia. No deja de ser asombrosa la justicia poética que le exige a los representantes del bando científico entender un poco de literatura y estética, para transmitir contenidos científicos a los humanistas, y con ellos, al resto de la sociedad.En uno de sus artículos para todo público, el biólogo Richard Dawkins, menciona una carta que le envió un profesor de clarinete preocupado por su supuesta incapacidad de entenderse con la ciencia. En ella decía que lo único que recordaba de su educación científica de la secundaria eran las largas horas tratando de entender como funcionaba el mechero bunsen. La respuesta de Dawkins a ese comentario es que hoy en día no hace falta saber tocar el clarinete para poder disfrutar los conciertos de Mozart, así que él no veía tan descabellada la posibilidad de disfrutar de las sorpresas que nos ofrece la ciencia sin necesidad de saber como se utiliza el mechero bunsen, las agujas de disección o el microscopio electrónico. Y es que la ciencia, además de ser definitivamente útil, es un fenómeno disfrutable en sí mismo, al igual que una novela o una pintura. En el próximo número de la Revista Centrífuga, quisiera ahondar un poco más al respecto.

[1] Aunque en el texto original de Snow se refiere a “las ciencias” en general (lo cual supuestamente incluiría también a las ciencias sociales) como opuestas a las humanidades literarias, no queda muy claro en cual de los dos bandos se encuentran disciplinas como la antropología cultural, la sociología o la economía, que tradicionalmente están más ligadas a las humanidades, pero tienen un enfoque fáctico.
[2] Aunque hay que aclarar que no todos los autores están de acuerdo con Snow. El biólogo Ernst Mayr (2000) sostiene que dicha división es más bien artificial y menciona que: “Existen más diferencias entre la física y la biología evolutiva – que son dos ramas de la ciencia – que entre la biología evolutiva (una de las ciencias) y la historia (una de las humanidades). La crítica literaria no tiene prácticamente nada en común con las otras disciplinas de las humanidades y menos aún con la ciencia”.Así es la biología. pp 51.
[3] Una primera impresión basada en el sorprendente avance que han tenido en los últimos años las actividades científico técnicas (la genética y la electrónica son dos excelentes ejemplos al respecto), podría llevarnos a pensar que el progreso de los científicos ha sido más significativo que el de los humanistas. Sin embargo, basta con observar la evolución de las estructuras narrativas en Joyce, Proust y Faulkner o poéticas en T.S. Elliot o Pound, para comprobar que durante el siglo pasado las humanidades literarias sufrieron un desarrollo equiparable al de las ciencias.
[4] Bunge, Mario. La ciencia, su método y su filosofía. Ediciones Siglo Veinte. Buenos Aires 1985 pp 89 - 109
[5] Zaid, Gabriel. La poesía en la práctica Fondo de Cultura Económica. México D.F. 1985 pp 30.
[6] Por otro lado, convendría ser lo suficientemente humilde y sensato como para reconocer que si bien una cultura equilibrada es deseable, nadie puede ser especialista en todo, aunque sólo sea por las razones expuestas en el viejo dicho de que “el que mucho abarca poco aprieta”.
[7] Resulta obvio, por otra parte, que las personas que no tienen acceso a la educación universitaria también forman parte de la cultura, sólo que en este caso se entiende la palabra “cultura” desde un punto de vista antropológico (p. ej. “la cultura bantú”) más que académico.
[8] Brockman, Jhon. 1995. The third culture. Aparecido en http://www.edge.org./documents/ThirdCulture/f-Introduction.html
[9] Como por otro lado ya lo han venido haciendo los antes mencionados Dawkins, Margulis y el recientemente fallecido Gould.

2 comentarios:

Edna Rodríguez dijo...

Me parece buen principio comenzar con este tema de discusión donde encuentro mucha tela de donde cortar. Por lo pronto, considero pertinente agregar una cuestión que incide en este efecto, es decir, en el distanciamiento que han tomado estos campos al grado de perderse la comunicación entre ellos (e incluso dentro de ellos, como lo señalas). Me refiero a eso que se ha dado por sentado de que la ciencia, a diferencia del arte, es objetiva y que la otra en consecuencia es meramente subjetiva. Esto, llevado hasta sus últimas consecuencias, ha producido planteamientos como los positivistas de que la ciencia se reduce a enunciar los hechos "objetivos" en los cuales el hombre no puede participar para cambiarlos puesto que "así son". Es decir, resulta que estos hechos ocurren fuera de la conciencia humana y de su acción creativa, lo que en un sentido es cierto, considerado que las situaciones y las condiciones sociales en que vive el hombre no dependen de la voluntad del individuo puesto que él no las decide así, sin embargo, en otro sentido es falso, porque esas situaciones y condiciones que son "hechos objetivos" son producto a su vez de la interacción del hombre con la naturaleza (siendo él mismo parte de ella), de modo que dichos planteamientos -positivastas o similares- coquetean más bien con la idea dominante de que el hombre, ante tales hechos, no tiene ninguna capacidad para reflexionar sobre sus propias situaciones, así como tampoco para modificar éstas a través de sus propios actos. Y agregaría de ahí la conveniencia de las clases sociales dominantes, de que ciencia y arte se divorcien, apartándolas a fin de cuentas de las necesidades cotidianas, cuando bien tienen ese potencial que al descubrirlo es sentido, pues ayuda en parte a resolver nuestras tensiones sociales, e incluso, producen placer.

Anónimo dijo...

creo que ni la ciencia es completamente objetiva ni el arte fatalmente subjetivo. de hecho, dicha distinción me parece injusta para ambas. por muy subjetivas que sean las artes, siempre hay algo que las "objetiviza", ya sea un referente externo, o en última instancia la obra artística en sí misma (quién puede negar la realidad objetiva que tiene un libro o un cuadro, por muy abstractos o surrealistas que sean).
por otra parte, y a pesar de que la búsqueda de la "objetividad" científica (entendida como adecuación a un referente externo independiente del observador) es muy respetable e importante dentro de la práctica científica, hace falta ser muy ingenuo para pensar que dicha "objetividad" es de hecho alcanzable.
me parece que lo que logran tanto artes como ciencias, es apenas un respetable acuerdo intersubjetivo.
por otro lado, concebir la existencia de una realidad objetiva ajena a los caprichos del observador, no implica necesariamente que dicha "realidad objetiva" sea inmutable.
¿existen en la naturaleza leyes independientes al observador (es decir, "objetivas")? me parece que sí. ¿es nuestro conocimiento de dichas leyes objetivo (en el sentido de apegado a la realidad externa, sin contaminarse por nuestras creencias y sensaciones)? obviamente no. aunque los hechos sociales ocurran fuera de la conciencia humana, es posible transformarlos (si fuera imposible, la historia tal y como la conocemos no existiría). sin duda, para transformar la realidad, hace falta analizar sus leyes propias, aunque no se alcance la objetividad completa.
ciencias y humanidades no son otra cosa que herramientas distintas pero complementarias para comprender, transformar y/o disfrutar al mundo.